La oficina de aquí al lado: Capítulo I - Mi casa, mi teléfono

Rosa Mari acostumbra a comenzar la jornada laboral alrededor de unos 20 minutos por encima de las 8:00 para evitar los atascos en el ascensor. Se sienta en su mesa tras comentar lo difícil que es aparcar de buena mañana y, entre resoplidos de estrés traído de casa, empuña el teléfono.
Mientras se inicia el ordenador, llama a alguno de los desarrolladores a su cargo y le acosa con preguntas sobre la tarea que le dejó ayer pendiente cuando ella se fue para casa. Preguntas que verá respondidas en e-mails que únicamente leerá después de la explicación del propio autor del e-mail. En la hora siguiente, se dedicará a atribuirse las horas de los proyectos a conveniencia mientras reparte trabajo sin analizar a sus desarrolladores. Cuando tenga algún problema, llamará a su responsable para preguntarle aquello que a ella le pagan por saber y que, en definitiva, es lo que debería decir a los encargados de llevar sus proyectos. Pero Rosa Mari es así, necesita pasar la mayoría de su jornada pegada al teléfono, ya que si hablas por teléfono ocurren dos cosas: sólo el que está al otro lado puede molestarte, y eres mucho más importante. Gritar cosas como “…cámbiale el flag y déjalo retenido…” pueden subirte muchos puntos.
Cuando no hay demasiado que hablar con los compañeros de trabajo, lo mejor es llamar a casa. Una media de 5 llamadas diarias para preguntar por la abuela y los niños está bien.
El otro día, el técnico se dedicó a reconfigurar los teléfonos IP de su empresa. Rosa Mari, poco acostumbrada a tales ingenios de la humanidad, decidió que necesitaba llamar. Descuelga el auricular, se lo acerca al oído y obtiene un extraño crepitar desde el otro lado. Atónita, se queda mirando el auricular, vuelve a acercárselo al oído con el mismo resultado y, finalmente, observa la pantalla donde parpadea una frase: reconfiguring IP, wait to service restablishment. Rosa Mari mira la pantalla y asalta a su compañero:
- ¿Esto qué quiere decir, que no puedo llamar?.

Pasa un rato mientras se reconfiguran las IP, al parecer de Rosa Mari un rato eterno. Cada vez siente más y más ganas de llamar. Descuelga el auricular, se lo acerca al oído, maldice y repite la operación continuamente. Justifica su molesta acción para el resto de compañeros (que no dejan de oírla quejarse) con un “joooo, justo ahora que necesitaba llamar”. Es que también es casualidad, para sólo cuatro horitas que se pasa al teléfono y que coincida con las reconfiguraciones.
Pero al cabo de un poco más de espera, desaparece el fatal mensaje del LCD del teléfono. Como si le hubieran mandado una alerta a su cerebro, Rosa Mari reacciona, coge el teléfono y marca. Todo el mundo, por pura curiosidad, atiende a la conversación tan importante que debía tener ya que tal vez afecte a sus trabajos. Alguien descuelga al otro lado y Rosa Mari no se anda con rodeos:
- Soy yo…. ¿Ya habéis comido?.

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