Estertores navideños

Hoy, cuando he salido a la calle bajo el frío aire matinal, he tenido la extraña sensación de que algo no estaba donde debería. He palpado los bolsillos de la chaqueta, pero todo estaba en su lugar. La obra de la calle de al lado seguía donde la dejaron ayer. Los coches aparcados en su sitio. He seguido caminando a fin de no llegar tarde al trabajo, escrutando el camino a ver si me daba cuenta de qué producía esa asfixiante sensación.
El dueño del bar de la plaza estaba fumando en la puerta como cada mañana, el repartidor de fruta llegaba al restaurante, las empleadas del banco estaban sentadas en sus puestos, las mismas personas de cada día se cruzaban conmigo… y seguía sin saber qué era.
De repente he girado la esquina que da a la avenida. Allí la sensación era más apabullante, algo faltaba en la escena. Me detengo de nuevo cabizbajo, incapaz de descifrar ese acertijo matinal. Mis congeladas neuronas se niegan a ponerse en marcha tan temprano, y como última opción miro a los cielos esperando la revelación. Todo es cuestión de décimas de segundo, la revelación no se hace esperar.
Una sonrisa acude a mis labios cuando descubro que las hordas de “Papá Noeles” que dominaban la ciudad se han marchado. Tal vez sea que esta noche llegan los Reyes Magos y los dueños de las viviendas, no quieren arriesgarse a que éstos se pasen de largo al ver que el viejo barrigudo ya ha pasado por ahí, o quizá se han cansado de colgar del dintel esperando a que alguien les abriera la ventana para dejar los regalos. Pero al fin y al cabo, estos muñecos con complejo de spiderman que han invadido ciudades a lo largo de todo el país (y que a mi me parecían monos amaestrados para robar en las casas) nos han dejado, y no volveremos a verlos en todo un año. Disfrutemos de este tiempo sin siquiera preguntarnos qué nueva plaga navideña asolará el País el año próximo.

¡Feliz año 2007 a todos, el único con licencia para matar!.