Poquet a poquet se fa paret

Llega septiembre. Mes de propósitos, planes, depresión postvacacional, atascos, vuelta al cole, colapsar gimnasios, reencuentros, cenas, vuelta a la rutina, papeleos, desembolsos importantes, obras inacabadas, programación de otoño y una larga lista. Pero si por algo se caracteriza septiembre no es por la vuelta de Gran Hermano, sino por los coleccionables.
Desde los más oscuros rincones de los almacenes más oscuros de las editoriales, planificados por la más oscura de las mentes de los oscuros trabajadores, llegan en masa, cientos y cientos de ellos. Atrapan a incautos quiosqueros en sus puestos de trabajo, obligándoles a venderte el periódico tras un inexpugnable muro de casitas de muñecas y abanicos del siglo XVIII.
La verdad es que hay coleccionables de todo tipo, aunque hoy en día se repiten más que la capa de Ramón García. Los hay absurdos, grotescos, curiosos, inútiles, llamativos, estrambóticos, vamos, para todos los gustos. Hay de esos de monta tu propia República Bananera con Cártel, en fáciles pasos, o construye tu propio Submarino Nuclear B-12. Que te paras a contarlo y te sale más barato comprar directamente el cacharrito de marras, además para cuando tengas todas las piezas (que no digo ya montado) a tu nieto le han salido canas.
Lo mejor de este tipo de colecciones es la planificación de la entrega de piezas. Siempre te dan una pieza lógica (entendamos lógica como una pieza por donde es viable comenzar la construcción) y otra de decoración, que no te sirve de nada hasta el final. Ejemplo: con la primera entrega, el núcleo del condensador de flujo de tu DeLorean para viajar en el tiempo y el perrito que mueve la cabeza para la bandeja de atrás, o con el primer fascículo un pilar maestro de la nave principal de tu catedral gótica y el tirador de acero forjado para la puerta.
Después están los coleccionables engañabobos. Relojes, abanicos, muñecas indochinas únicas de colección, y en el anuncio sale un vejete con pinta de artesano ancestral diciendo "nunca había visto uno/a como este", y te remarcan que son piezas únicas. Muy bien, ¿cómo van a ser únicas si es un coleccionable que tiene una tirada de 100.000 unidades?.
También está la regla de que la primera entrega tiene que valer menos de cinco euros, cuanto más bajo mejor para enganchar bien, y siempre que sea x euros 95 céntimos, que parece más barato.
Encima, cada año salen los mismos coleccionables pero con la cara lavada. El robot cutre de hace dos años ahora habla, y el año que viene será un cyborg. En lugar del coche de Alonso montamos el avión del Barón Rojo. La casa de muñecas chinas, ahora es de neozelandesas. Los abanicos sustituyen a los soldados medievales. Y así seguiremos hasta el fin de los días de la civilización moderna.
Bueno, pues yo os dejo que tengo que ir a comprar mi fascículo de crear mi propio Eje del Mal, con la primera entrega me viene un enriquecedor de plutonio y un turbante para mi jefe de estado.