La oficina de aquí al lado: Capítulo V - La subcontratación

Un buen día, mientras miraba las fotos de un diario local, Rosa Mari topó con la palabra “subcontrata”. Extrañada, le preguntó a su marido, quien le puso al corriente de lo que significaba. Esa noche, en sueños, le dio vueltas al tema y por la mañana había encontrado la solución a sus problemas: si subcontratar es pagar a alguien para que haga tu trabajo, y yo tengo algunos pringados bajo mi mando a los que no me hace falta pagar... subcontratar es que me hagan el trabajo por la cara.
Casualidades de la vida, este concepto casaba perfectamente con una nueva regla de su empresa respecto a la división de horas de los proyectos. Cada supervisor tenía un porcentaje del total de horas del trabajo, por analizar y revisar las tareas que los machacas hacemos, regla totalmente justa.
Rosa Mari, muy dada a cogerse el brazo cuando le dan la mano, es toda una maestra en alterar la relación porcentajes/tareas realizadas y no tardó en poner en práctica su plan maquiavélico.
Cada vez que le llega un trabajo, lo coge, lo lee, hace un random en su cabeza para elegir al desgraciado que pagará el pato y lo asigna. No le importa la carga de trabajo del susodicho sujeto. Seguidamente, suelta una frase del tipo: esa es parecida a otra que te he puesto... en teoría no es más difícil. Y aquí finaliza su análisis. Coge el teléfono, llama al jefe de proyecto y le dice que ya ha asignado a alguien para la tarea sonriendo satisfecha. El jefe, aprovecha la llamada y le reprocha alguna de las tareas retrasadas que acumula, lo que desemboca en muchos minutos de quejas sobre lo mucho que la agobian.
A todo esto, los currelas ya nos hemos puesto a trabajar en los regalitos de Rosa Mari. Analizamos, contrastamos, programamos, parametrizamos, instalamos y lo que haga falta. Una vez acabado le comunicamos la feliz noticia a Rosa Mari. Ella te mira con desconfianza y realiza una sarta de “preguntas sandez” que a mí, personalmente, me irritan sobremanera. Para que todos lo entendamos, es como decir que hemos terminado de construir un coche y se nos preguntara si hemos puesto cerradura y tapón en los neumáticos.
Esto ocurre si todo va bien, pero si no podemos arreglárnoslas a solas viene lo que yo llamo “bucle-espacio-temporal-rosamárico”. La cosa va así:
- Rosa, que esto no lo veo claro, a ver si me puedes echar una mano que necesito que me digas si realmente es así o utiliza el protocolo antiguo en otra cadena.
- Sí, ahora me pongo... pero es igual a la otra que te he puesto... míralo y ahora te digo.
Esto se repite hora tras hora y día tras día:
- Rosa, que el tema de los nodos estructurados sigue parado, que no puedo seguir si no me dices tal o cual.
- Sí, sí, en eso estoy... en cuanto acabe esto te lo miro.
Así hasta que le llaman la atención por no cumplir los plazos, que será cuando nos apretará (hasta las tantas si hace falta) para que encontremos la solución tras preguntarnos si hemos puesto el tapón a los neumáticos.
Y en este tipo de casos se produce el conocido “efecto-echar-mieda-en-ventilador”. Rosa Mari empuña el teléfono, llama al sujeto B a su mando y le cuenta que tenemos problemas y nos ayude: ya somos dos con problemas. Si ese segundo tiene problemas, ella llamará a un tercero para distraerle de sus quehaceres, tenerlo enganchado al teléfono y que encuentre la solución al problema del sujeto B, es decir, nuestro problema, realmente el problema de Rosa Mari o, lo que es lo mismo, aquello que le pagan por hacer.
Finalmente, cuando todo ha acabado, bien por la vía rápida bien por la lenta, ella te pregunta cuánto te ha costado. Tú dices que, por ejemplo, 10 horas. Ella hace el cálculo y te comunica el resultado: 10 para ti, por la tabla me tocan otras 4 para mí... le voy a poner 16 por si hay que hacer algo más (es decir, para quedármelas yo).
Luego vendrán las quejas cuando se acerca la hora de salir porque, entre llamar a casa y pedir hora en la peluquería, no ha podido terminar tal cosa y no tiene horas de proyecto que agenciarse
Y es que Rosa Mari sería cojonuda como sustitutivo del Viagra: te altera el ritmo cardíaco, te pone tenso, es retardante y te hincha las pelotas.