Más pensamientos húmedos

Hace poco, metido en la ducha -lugar en que como habréis visto suelo pensar mucho-, me asaltó un nuevo pensamiento: ¿quién diseña los botes de gel, especialmente los de formato ahorro? Sí, esas garrafas de jabón que parecen un chupito de Ernesto de Hannover.
Yo creo que, de nuevo, el diseñador de este artilugio hace su trabajo expresamente para dificultar la tarea de ducharse a la humanidad. Llega el momento de coger el bote de gel, y nos encontramos con que el 30% gratis hace que sea el dobe de ancho de lo normal, con lo que sólo puedes abarcarlo con las dos manos, con la dificultad añadida de tenerlas húmedas. Si intentas cogerlo con una sóla pueden ocurrirte dos cosas: o te haces un esguince en la mano de tanto abrirla o, la más probable, que se te caiga el bote al suelo de la bañera. Pero esto no es tan fácil como caerse y ya está, en su recorrido, la naturaleza del bote de gel formato ahorro, provoca que la trayectoria describa una curva de forma que siempre caerá barriendo el resto de botes apilados en la rinconera o borde de la bañera, llegando a tomar contacto con el suelo únicamente después de caer sobre el dedo meñique de tu pie. De hecho, se conoce que hay gente que para evitar este lamentable suceso se ducha con guantes de fregar, así el bote no resbala, o con botas de puntera de hierro.
Ahora, después de asegurarle a nuestra madre que estamos bien a pesar del estruendo provocado, una vez que tenemos el bote cogido hay que abrirlo y, justamente aquí, es donde el diseñador volcó todo su malévolo ser -Sauron forjando el Anillo Único no hacía más que una travesura a su lado-. Los cierres suelen ser pequeñas bolitas o trozos de plástico super planos, con diminutas muescas, que se supone debemos ser capaces de abrir con las manos mojadas. Normalmente, tras varios intentos de destrozarse las falanges, se acaba por abrir el tapón con la boca, momento en el que tras una breve resistencia se abre de golpe, llenándote la boca de gel. Y creedme, aunque huela a miel y romero el gel sabe a jabón.
Llegados a este punto, si todo ha ido bien, tenemos el bote abierto. Pero como no podemos verter el gel en la esponja porque necesitamos las dos manos para cogerlo, tenemos que hacer uso de toda nuestra inteligencia para conseguir resolver tan delicada situación, algo muy similar a las pruebas con chimpancés de waku-waku. Sin más, cogemos la esponja bajo la axila, y forzando las articulaciones de los brazos volcamos el gel en la esponja, no sin antes derramar el 30% gratis por todas partes. Devolvemos el gel a su sitio, se nos cae la esponja al levantar el brazo, al intentar cogerla antes de caer al suelo volvemos a tirar los botes medio vacíos que están cabeza abajo para apurar su contenido, recogemos los botes, ahora se vuelve a caer el gel ya que el envase es demasiado estrecho para la altura que tiene, mamá vuelve a llamar a la puerta preguntando si estamos tontos o qué, pero finalmente todo queda en su sitio.
Por fin estamos satisfechos, tenemos gel en la esponja, y sólo queda frotarnos. ¡Ah! Pero la esponja resulta que es de esas de crin de caballo -aquí estuvo agudo el que le puso el nombre- que se usan para arrancar la piel muerta... y la viva. Si no tienes cuidado cuando sales parece que hayas estado cortando jamón. Con muchos ¡ay! y ¡joooder! acabas de enjabonarte y, ahora sí, el agradable aclarado. Pero, a estas alturas, tu madre, ya harta de esperar a que salgas de la ducha ha puesto la lavadora. Total, que chorros glaciales e hirvientes se alternan para enriquecer tu ducha.
Y ahora, queridos amigos, ya estamos duchados. Te miras al espejo y pareces una langosta recién fugada de la cocina de Arguiñano, pero estás limpito y contento. Te has ahorrado un 30% de gel con el formato ahorro.

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